De 10 al 13 de febrero de 2014. Iván Fuentes. Dependencias policiales.
El policía abrió la puerta de la celda con un ruidoso
manojo de llaves y la cerró cuando Iván la traspuso.
-Permanecerá
aquí hasta mañana.- Dijo el policía.- Será dejado en libertad con cargos por
delito de conducción. ¿Me entiende?
Iván le devolvió una mirada turbia, nubosa, y el
policía se encogió de hombros y se fue silbando. Iván pudo ver la cabeza
pulcramente rasurada del policía desaparecer a través del pasillo. Durante unos
instantes se mantuvo aferrado a los barrotes porque, de lo contrario, no habría
mantenido el equilibrio. El suelo parecía oscilar hacia los lados bajo sus
pies. Iván había sido denunciado por dos conductores que casi habían salido de
la carretera por sus erráticas maniobras. La policía lo había parado poco
después y hecho el test de alcoholemia, mero trámite pues sus ojos vidriosos y
su expresión ausente bastaban a los agentes para saber que estaba muy borracho.
El test lo corroboró.
-Cuadruplica usted la tasa de alcohol permitida.- Le
dijo.- Apenas puede andar ¿cómo se le ocurre conducir?
Fue llevado a la comisaría nacional de policía, en la
calle Jardines, alrededor de las cuatro de la madrugada. Cuando Iván se dio la
vuelta vio una figura oscura sentada en una cama estrecha y metálica.
Entrecerró los ojos para intentar aclarar su imagen, pero la figura seguía
difuminada, como vista a través de un cristal sucio o translúcido.
-Vaya, amigo.- Dijo el tipo.- Estás como una cuba.
-Sí.- Dijo Iván, y se tambaleó al soltar los
barrotes.- ¿A qué huele aquí?
Dio varios pasos precarios, como si caminara sobre un
suelo reblandecido y tambaleante, y se dejó caer sobre una cama, que respondió
con un quejido metálico. Sus ojos se cerraron automáticamente, y no despertó
hasta trece horas después.
-Tengo sed.- Dijo Iván. Cuando abrió los ojos, la luz
lo cegó y amartilló su cabeza. Se incorporó sobre el camastro y el dolor de
cabeza se duplicó. Parecía que alguien estuviera taladrándole la sien. Se frotó
los ojos para protegerlos de la luz, y luego miró al hombre que le había
hablado la noche anterior. Se dio un sobresalto cuando vio que lo estaba
observando, sentado al borde de una cama. No recordaba que hubiera nadie en la
habitación.
-Yo también tengo sed.- Dijo, en un tono apático.
Iván se puso de pie y se acercó a los barrotes. Desde
allí solo tenía contacto visual con parte del pasillo, estrecho y pintado de
amarillo pastel, pero no escuchó el mínimo ruido. La cabeza parecía que estaba
a punto de despegar.
-¿Qué hora es?- Preguntó al tipo, que no parecía tener
muy buen aspecto.
-Las seis de la tarde.- Dijo. Tenía la cara pálida y
la frente sudorosa.
-Mierda.- Gruñó
Iván.- Ya deberían haberme sacado de aquí. Dijeron que me sacarían por la
mañana. ¡Eh!- Vociferó sacando la cara lo que le permitía la distancia de los
barrotes.
-Algo raro está
pasando- Dijo el tipo, secándose el sudor de la frente con el dorso de la
mano.- Llevan toda la mañana entrando y saliendo, y desde hace un par de horas,
nada. Ni un murmullo.
Iván lo observó con más detenimiento. El tipo no era
especialmente alto pero estaba muy gordo, tanto que combaba la debilucha cama
metálica al sentarse en el borde. La camisa se le pegaba por el sudor alrededor
del vientre abultado. Respiraba despacio y profundamente, y al soltar el aire
parecía un animal que bramara.
-No tienes muy buen aspecto.- Dijo Iván mientras
cruzaba la pequeña estancia, desde los barrotes a la ventana alta que daba a la
calle.
La ventana exterior estaba a la altura de la acera. Enfrente de la comisaria había una cafetería y varios bares, pero no había ni un alma. Nada excepto el silencio y un cielo que se oscurecía. -Yo tampoco debo de tener muy buen aspecto.
La ventana exterior estaba a la altura de la acera. Enfrente de la comisaria había una cafetería y varios bares, pero no había ni un alma. Nada excepto el silencio y un cielo que se oscurecía. -Yo tampoco debo de tener muy buen aspecto.
Iván se volvió a sentar en la cama y se llevó las
manos a la cabeza.
-Si no me tomo una puta pastilla me va a estallar la
cabeza.
El tipo eructó, y la celda se llenó de un aire fétido
y penetrante. Iván dio una arcada cuando respiró aquel olor. El tipo tenía los
ojos medio cerrados y parecía más pálido que nunca. Alrededor de los ojos y la
nariz, su piel presentaba un aspecto azulado.
-Lo siento.- Se excusó.
Iván volvió a situarse junto a los barrotes.
-¡Eh! ¡Sacadme de aquí!- Vociferó hacia el pasillo,
pero el silencio fue lo que obtuvo por respuesta.- ¡Este hombre puede necesitar
ayuda!
No funcionó. El silencio empezó a desquiciarle. Se sentó por tercera vez en la cama y soltó una risilla nerviosa.
No funcionó. El silencio empezó a desquiciarle. Se sentó por tercera vez en la cama y soltó una risilla nerviosa.
-¿Qué coño está
pasando?
La noche cayó y nadie encendió la luz, ni la de la
celda (no había interruptor dentro de ella) ni la del pasillo. Había una
oscuridad insondable, y un silencio que solo se interrumpía con los eructos y
las flatulencias del tipo (que seguía sentado al borde de la cama). De vez en
cuando, Iván se incorporaba y tanteaba en la oscuridad hasta tocar los fríos
barrotes, y gritaba que lo sacaran de allí. Pero nunca obtuvo respuesta.
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