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domingo, 16 de febrero de 2014

Capítulo 2: Parte 1



De 10 al 13 de febrero de 2014. Iván Fuentes. Dependencias policiales.

El policía abrió la puerta de la celda con un ruidoso manojo de llaves y la cerró cuando Iván la traspuso.
 -Permanecerá aquí hasta mañana.- Dijo el policía.- Será dejado en libertad con cargos por delito de conducción. ¿Me entiende?
Iván le devolvió una mirada turbia, nubosa, y el policía se encogió de hombros y se fue silbando. Iván pudo ver la cabeza pulcramente rasurada del policía desaparecer a través del pasillo. Durante unos instantes se mantuvo aferrado a los barrotes porque, de lo contrario, no habría mantenido el equilibrio. El suelo parecía oscilar hacia los lados bajo sus pies. Iván había sido denunciado por dos conductores que casi habían salido de la carretera por sus erráticas maniobras. La policía lo había parado poco después y hecho el test de alcoholemia, mero trámite pues sus ojos vidriosos y su expresión ausente bastaban a los agentes para saber que estaba muy borracho. El test lo corroboró.
-Cuadruplica usted la tasa de alcohol permitida.- Le dijo.- Apenas puede andar ¿cómo se le ocurre conducir?
Fue llevado a la comisaría nacional de policía, en la calle Jardines, alrededor de las cuatro de la madrugada. Cuando Iván se dio la vuelta vio una figura oscura sentada en una cama estrecha y metálica. Entrecerró los ojos para intentar aclarar su imagen, pero la figura seguía difuminada, como vista a través de un cristal sucio o translúcido.
-Vaya, amigo.- Dijo el tipo.- Estás como una cuba.
-Sí.- Dijo Iván, y se tambaleó al soltar los barrotes.- ¿A qué huele aquí?
Dio varios pasos precarios, como si caminara sobre un suelo reblandecido y tambaleante, y se dejó caer sobre una cama, que respondió con un quejido metálico. Sus ojos se cerraron automáticamente, y no despertó hasta trece horas después.
-Tengo sed.- Dijo Iván. Cuando abrió los ojos, la luz lo cegó y amartilló su cabeza. Se incorporó sobre el camastro y el dolor de cabeza se duplicó. Parecía que alguien estuviera taladrándole la sien. Se frotó los ojos para protegerlos de la luz, y luego miró al hombre que le había hablado la noche anterior. Se dio un sobresalto cuando vio que lo estaba observando, sentado al borde de una cama. No recordaba que hubiera nadie en la habitación.
-Yo también tengo sed.- Dijo, en un tono apático.
Iván se puso de pie y se acercó a los barrotes. Desde allí solo tenía contacto visual con parte del pasillo, estrecho y pintado de amarillo pastel, pero no escuchó el mínimo ruido. La cabeza parecía que estaba a punto de despegar.
-¿Qué hora es?- Preguntó al tipo, que no parecía tener muy buen aspecto.
-Las seis de la tarde.- Dijo. Tenía la cara pálida y la frente sudorosa.
 -Mierda.- Gruñó Iván.- Ya deberían haberme sacado de aquí. Dijeron que me sacarían por la mañana. ¡Eh!- Vociferó sacando la cara lo que le permitía la distancia de los barrotes.
 -Algo raro está pasando- Dijo el tipo, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano.- Llevan toda la mañana entrando y saliendo, y desde hace un par de horas, nada. Ni un murmullo.
Iván lo observó con más detenimiento. El tipo no era especialmente alto pero estaba muy gordo, tanto que combaba la debilucha cama metálica al sentarse en el borde. La camisa se le pegaba por el sudor alrededor del vientre abultado. Respiraba despacio y profundamente, y al soltar el aire parecía un animal que bramara.
-No tienes muy buen aspecto.- Dijo Iván mientras cruzaba la pequeña estancia, desde los barrotes a la ventana alta que daba a la calle.
La ventana exterior estaba a la altura de la acera. Enfrente de la comisaria había una cafetería y varios bares, pero no había ni un alma. Nada excepto el silencio y un cielo que se oscurecía. -Yo tampoco debo de tener muy buen aspecto.
Iván se volvió a sentar en la cama y se llevó las manos a la cabeza.
-Si no me tomo una puta pastilla me va a estallar la cabeza.
El tipo eructó, y la celda se llenó de un aire fétido y penetrante. Iván dio una arcada cuando respiró aquel olor. El tipo tenía los ojos medio cerrados y parecía más pálido que nunca. Alrededor de los ojos y la nariz, su piel presentaba un aspecto azulado.
-Lo siento.- Se excusó.
Iván volvió a situarse junto a los barrotes.
-¡Eh! ¡Sacadme de aquí!- Vociferó hacia el pasillo, pero el silencio fue lo que obtuvo por respuesta.- ¡Este hombre puede necesitar ayuda!
No funcionó. El silencio empezó a desquiciarle. Se sentó por tercera vez en la cama y soltó una risilla nerviosa.
 -¿Qué coño está pasando?
La noche cayó y nadie encendió la luz, ni la de la celda (no había interruptor dentro de ella) ni la del pasillo. Había una oscuridad insondable, y un silencio que solo se interrumpía con los eructos y las flatulencias del tipo (que seguía sentado al borde de la cama). De vez en cuando, Iván se incorporaba y tanteaba en la oscuridad hasta tocar los fríos barrotes, y gritaba que lo sacaran de allí. Pero nunca obtuvo respuesta.

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