Amaneció, y todo estaba exactamente igual que el día
anterior, salvo por la desaparición del dolor de cabeza, que había ido
menguando al tiempo que Iván había sudado la ginebra. Pero la sed continuaba, y
se atenuaba y el tipo orondo también empezó a quejarse de lo mismo. Su cara
estaba más pálida aún, y las manchas azules de la nariz y las rechonchas mejillas
se habían hecho más grandes, conquistando la piel pálida y venosa. Parecían
enormes varices, salvo que no le habían salido en las piernas, precisamente.
-¿Por qué estás aquí?- Preguntó Iván.
-Me peleé con un tipo. Estaba loco. Me mordió en el
brazo y lo golpeé con una piedra.- Dijo, señalando el antebrazo. Tenía la marca
de una dentadura perfectamente distinguible, y alrededor de ella, la piel
presentaba un color gris y enfermizo.
-Un médico tendría que mirarte eso.- Dijo Iván,
y como respuesta el tipo apestó el aire con otro de sus eructos.
-Empiezo a pensar que ha pasado algo.- Volvió a decir
Iván.- Todo esto es muy raro.
Iván se pasó gritando entre los barrotes toda la
tarde, pero el resultado fue el mismo. Y anocheció otra vez. Iván estaba echado
en la estrecha cama metálica cuando escuchó un ruido proveniente del pasillo.
Eran unos pasos, alargados y titubeantes, como si alguien arrastrara los pies y
dudara entre paso y paso, y el autor de ellos parecía acercarse a los barrotes.
Iván se incorporó y agudizó el oído. Era la primera vez en más de veinticuatro
horas que oía algo que no venía del tipo de las flatulencias, o de él mismo.
-¡Eh!- Gritó.-
¡Sáquenos de aquí!
Pero de nuevo no respondió nadie. Intuía una presencia
de pie, frente a los barrotes, pero estaba en silencio.
-Eh, tú.-
Susurró al tipo que estaba con él.- Hay alguien en el pasillo, enfrente de la
celda.
-Me duele mucho.- Dijo, con un quebradizo hilo de
voz.- Me duele todo el cuerpo.
Iván se incorporó y se acercó despacio a los barrotes.
La oscuridad era inescrutable.
-¿Agente?- Preguntó, con voz temblorosa.
Algo le había paralizado las piernas. Una intuición
negativa. Entonces percibió una respuesta, una especie de gruñido animal, e
Iván se alejó de los barrotes de un salto. Se quedó de pie, petrificado, preguntándose
aterrado que le ocurría al tipo (estaba convencido de que había uno muy cerca
de los barrotes) que oía olfatear el aire. Se quedó así un tiempo inconcreto,
hasta que oyó nuevos pasos, esta vez alejándose y perdiéndose por el pasillo.
Amaneció la segunda mañana que permanecían allí,
abandonados. El tipo orondo seguía sentado, con la cabeza gacha y las manos
entrelazadas, exactamente igual que siempre. Iván estudió el pasillo. Ni rastro
de aquel que los había visitado la noche anterior. El compañero de infortunios
estaba tal y como lo había visto desde que lo encerraron dos noches atrás. Daba
impresión que no había dormido nada, ni siquiera que se hubiese movido. Parecía
aún más demacrado y los eructos y las flatulencias se habían hecho
insoportablemente más frecuentes durante la noche, pero ahora nada. Iván casi
echó de menos aquellas emanaciones gaseosas, ahora sentía que el corazón le
daba un vuelco cuando comprobó que su pecho no se movía. El tipo no respiraba.
Iván alargó la mano y le dio un pequeño empujón en el hombro, y el tipo se
movió mecánicamente hacia un lado, cayendo inerte. Estaba muerto.
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